Me da pánico ponerme en la piel de la persona que se victimiza de su situación, incluso cuando es realmente una víctima. Trato de alejarme lo máximo posible de la autoproyección en la que justifico mi situación por factores externos. Todo eso me hace sentirme muy pequeño, y aunque realmente es el relato que elijo contarme, me gusta sentir que soy responsable en gran medida de las cosas que hago. De momento, en casi treinta años, puedo decir que me ha funcionado.
1. El principio de todo
Soy autónomo desde 2021, aunque en mi caso desde una sociedad civil, así que tengo un CIF. Como todo autónomo, al trimestre pago religiosamente el IVA, el IRPF de mis trabajadoras y la retención (también del IRPF) por el local que tengo alquilado.
Al principio, cuando veía salir el dinero de la cuenta, lógicamente me molestaba. No entendía cómo durante varios meses había acumulado algo de caja (ese pequeño colchón que da tranquilidad) y, de repente, se desinflaba en un instante. Pero no, realmente no es así.
2. El victimismo y la honestidad fiscal
Hay mucho victimismo entre los autónomos sobre el IVA y los trimestrales. Me parece necesario hacer un ejercicio de honestidad fiscal para comprender qué estamos pagando realmente.
Por un lado, el IRPF de las trabajadoras es un impuesto que pagan ellas, pero que adelanto yo. Forma parte de su retribución y aparece en la nómina. Podemos debatir si es alto o bajo, pero es algo que les aplica como trabajadoras y que, si no se fuera en el IRPF, se iría directamente a la nómina.
Otra cosa es la Seguridad Social, que no va ni para ellas ni para mí, sino al Estado. No es poco: alrededor de un 31,2% de su salario base (puede variar según el tipo de contrato o bonificación). Son cosas que debes prever desde el principio. Los empleados (salvo cuando hay bajas) son un gasto muy controlable: 14 pagas, siempre iguales, siempre las mismas cargas. Si tienes que contratar a alguien por vacaciones, sabes que serán 30 días.
3. El IRPF del alquiler
Algo que me jodía especialmente era la retención del IRPF que le hacen al dueño de mi local y que adelanto yo. Por dos motivos: el primero, porque no entendía exactamente qué era; el segundo, porque me parecía un abuso pagar casi 1.000 € al trimestre por tener un local alquilado (se aplica un 19 % de retención si el arrendador es persona física).
Después del enfado traté de entenderlo y, oh, sorpresa: realmente me descontaban cada mes ese dinero en la factura del alquiler, y luego yo pagaba todos esos descuentos juntos al final del trimestre, porque así Hacienda ya había cobrado. En realidad, yo pagaba menos alquiler cada mes, pero a cuenta de pagarlo al final del trimestre. Lo mismo a fin de cuentas. Una cosa menos de la que quejarme.
4. El IVA: el gran enemigo mal entendido
La más dura de todas es el IVA, sin excepción. Pero tiene trampa.
El IVA es un impuesto al consumo. Cuando un particular consume un bien o servicio, lo paga. El consumidor puede quejarse lo que quiera, pero el autónomo tiene derecho a deducirlo, porque sus gastos no son de consumo, sino de producción. Hasta aquí todo bien: la famosa escena del autónomo pidiendo factura hasta del café del desayuno.
El problema es que no queremos ser conscientes de que, de la misma forma que nosotros nos deducimos el IVA, lo que vendemos también lo cobramos con IVA, y ese 21 % no es nuestro.
Hay dos precios:
- La base imponible, que es lo que cobramos.
- Y el IVA, que solo recaudamos para Hacienda.
Aunque todo entre en la cuenta, debemos entender que ese 21 % no nos pertenece. Lo inteligente es calcular márgenes solo con la base imponible, porque es lo que realmente queda en caja. Es absurdo hablar de “facturación con IVA”.
Un autónomo debería tener un Excel con dos columnas para su facturación (una con IVA y otra sin IVA) y fijarse solo en la segunda. Lo bueno del IVA es que te da algo de margen de tesorería durante tres meses, pero lo correcto es olvidarte de ese dinero. Si no eres capaz, abre una cuenta aparte y mete allí, cada mes, lo que te vayan a cobrar al trimestre.
5. El problema real: la planificación
Cuando alguien dice que al quitarle el IVA “ya no le queda nada”, el problema no es Hacienda, sino una planificación económica desastrosa.
Tu negocio, y eso es lo que es, un negocio, se debe plantear sin IVA. Si no existiera, no cobrarías más a tus clientes. Tus precios los debes fijar sin IVA, y luego añadirlo.
Es cierto que en algunos modelos (como el mío) el IVA encarece mucho el producto y no repercute en beneficio, pero sí afecta a la percepción del cliente. Ahí entra tu trabajo: encontrar el equilibrio en la política de precios, decidir si tus márgenes van por venta o por volumen, y dominar los ciclos de tu negocio.
6. Conclusión
El impuesto de sociedades, los dividendos y toda esa pesca los dejaré para otro día. Hoy solo quería ordenar las ideas sobre esos pagos trimestrales que tanto dolor causan cuando, en la cuenta del banco, ves tres cargos seguidos con el concepto “Impuestos, impuestos, impuestos”.
Si lo aterrizas, entiendes por qué se producen y cómo planificarlos. Todo se hace más gestionable. Y, sobre todo con el IVA, aprendes a sacar tus márgenes sin victimismos, entendiendo el contexto del que formas parte.
La clave está en la mentalidad: el autónomo muchas veces solo es un trabajador que se paga a sí mismo la Seguridad Social, cuando debería tratar de ser un director financiero que tiene una visión, planifica y actúa.
Ser autónomo no es sobrevivir al trimestre: es aprender a leer tu negocio con la misma frialdad con la que Hacienda lee tus cuentas.
Disclaimer
No quiero decir que me parezca bien el IVA al 21 %, el IRPF o las cargas sociales. Solo quiero matizar que son parte del juego, y que debemos decidir si preferimos quejarnos o jugar con las cartas que tenemos. ¿Por qué elegimos ser autónomos?
Disclaimer 2
He escuchado barbaridades de Hacienda, y le tengo un respeto brutal fruto de muchas historias. Sin embargo, debo decir que hasta ahora no he tenido ningún problema con ellos. Llevando todo en orden (o eso creo) todo está bien. Pero sé lo que hay.

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