El juego como verdadero motor de la historia

Por mi vocación como entrenador de fútbol decidí leer Homo-Ludens pensando en que me ayudaría a entender algunos puntos interesantes sobre la esencia del propio juego, sin embargo me encontré con un ensayo que hablaba del juego como componente social, y que lo presentaba como un elemento que por sí mismo tenía la fuerza de un motor capaz de hacer avanzar la historia.


El «motor de la historia» como concepto

Este concepto tiene sus orígenes en el pensamiento marxista, que entiende que la historia tiene ciertos elementos inherentes a las relaciones humanas que hacen que el tiempo pase, no solo a nivel cronológico, sino también desde una perspectiva transformadora, que modifica las condiciones materiales y culturales en las que vivimos las personas.

Desde una perspectiva liberal, y salvando mucho las distancias, podríamos hacer una conexión con algo similar al motor de la historia con las teorías del orden espontáneo, que Hayek presenta y que nos dicen que las sociedades humanas tienen sistemas de ordenamientos fundamentados en el interés de cada individuo por satisfacer sus propias necesidades, que termina derivando en ofrecer un valor suficiente para los demás, que pueda servir como contraprestación de lo que él necesita de los demás para satisfacer sus propias necesidades.

En definitiva son dos formas muy contrapuestas de entender cómo la historia ha ido transformando las sociedades humanas, la primera entiende que hay posiciones económicas determinadas que nos enfrentan, y que del resultado de esos enfrentamientos se modifican las estructuras sociales, la otra entiende que somos los individuos quienes por nuestra propia voluntad transformamos el mundo, relacionándonos con los demás para satisfacer necesidades humanas.

De lo que hoy quiero hablar es de como gracias a Homo-Ludens me he planteado una vía alternativa para entender el motor de la historia, que es el juego, y cómo a través de sus elementos fundamentales ha creado toda una serie de sistemas que de una u otra forma han tenido una notable influencia en el devenir histórico de la humanidad. Hablo de cosas tan importantes como los ritos religiosos, la propia política o la guerra, relevantes de manera permanente en nuestra historia, pero también de cosas actuales como la gamificación, que ha devuelto en nuestros días al juego a la primera plana de nuestras vidas. Pero para poder hablar de todo esto, necesitamos entender primero qué entiende el propio autor por juego, y cómo podemos diferenciar lo que es un juego de lo que no.


¿Qué es el juego?

Para entender cómo el juego puede ser un motor histórico, primero necesitamos conocer cómo lo define exactamente nuestro autor, Johan Huizinga. En Homo-Ludens nos explica el juego desde cuatro estructuras fundamentales que debe cumplir la actividad para poder ser considerada como juego:

  • Separación de tiempo y espacio
    • El juego se debe dar en un período de tiempo determinado, con un inicio y un fin definidos (no se puede estar jugando siempre, se desvirtúa la acción)
    • Se juega en un espacio definido, que todos los jugadores conozcan (en deportes un terreno, en rituales una sala o edificio, y en una relación podría ser un espacio abstracto aceptado por quienes se relacionan entre sí, como los límites propios de su relación, el trabajo, la escuela, una cita…)
  • Mundo aparte
    • El juego no se produce en el mundo real y cotidiano, tiene una esfera propia en la que entramos al comenzar el juego y de la que salimos cuando finalizamos. Esto significa que tiene sus propias dinámicas y estilos que no tienen que coincidir necesariamente con las relaciones humanas que se dan en contextos en los que no se está jugando.
  • Reglas fijas y obligatorias
    • El juego tiene una serie de normas comunes a todos los jugadores, que a la vez lo expanden y lo limitan en relación al mundo real.
    • Sin estas reglas no puede darse pues se desvirtúa lo que se está llevando a cabo, ya que el juego es en esencia un sistema ordenado con resultados impredecibles.
  • Aceptación por parte de todos los jugadores
    • Si todos los jugadores no aceptan el juego, entendiendo por este los tres elementos definidos anteriormente, carece de validez, pues requiere de una conexión entre todos los jugadores, que se relacionarán dentro de él siguiendo los propios sistemas establecidos por el juego.

Estas cuatro estructuras nos permiten identificar claramente lo que diferencia al juego de otras actividades humanas. Pero, además de estas bases, Huizinga añade algunos elementos adicionales que enriquecen su definición. Aunque son varios, he realizado una selección de las que considero más relevantes:

  • Fin en sí mismo
    • A diferencia de la vida, el juego tiene una finalidad en sí mismo. Se busca una satisfacción concreta que el juego aporta durante su práctica o tras la consecución de su objetivo. Los jugadores conocen ese fin y aspiran alcanzarlo cuando comienzan a jugar.
    • La vida, sin embargo, no tiene una finalidad concreta: no venimos con reglas inamovibles, ni con un objetivo predefinido. Nosotros interpretamos las situaciones que se van dando y las contraponemos con nuestras necesidades, y de ahí obtenemos los resultados.
  • Creación de orden
    • A colación del elemento anterior, el juego es orden por definición. Tiene sistemas y estructuras bien establecidas y todos los jugadores pueden (y deben) interpretarlas de manera objetiva.
    • Cuando juegas te trasladas del mundo real e imperfecto al mundo del juego, con una perfección provisional y limitada.
    • Un ejemplo puede ser cuando jugamos al fútbol, nos movemos dentro de límites exactos, respetamos reglas como el fuera de juego y asumimos castigos en forma de tarjetas si las incumplimos. Esto crea una especie de orden artificial pero necesario para que la actividad tenga sentido.
  • Conciencia de «ser de otro modo»
    • Este elemento es fascinante, y es que hay personas que durante la práctica del juego se transforman y sacan a relucir elementos de su personalidad completamente diferentes; introvertidos tomando la iniciativa, escuálidos mostrando una fuerza brutal, o inseguros con una determinación nunca antes vista. La capacidad del juego de sacarnos del mundo real a un mundo aparte nos permite mostrar una identidad completamente diferente, con tal de mejorar nuestras habilidades en el juego, o adaptarnos a sus sistemas.
  • Sentimiento de tensión y alegría
    • El juego nos lleva a situaciones de máxima tensión conforme tratamos de alcanzar sus objetivos y percibimos la incertidumbre de no conocer su resultado.
    • De la misma forma la alegría está presente cuando se alcanzan pequeños objetivos, o el gran objetivo dentro del juego, y es inherente al mismo, sea cual sea el juego desarrollado.

En definitiva, tenemos una actividad que esencialmente transmite orden, propósito, límites claros y establecidos y que se desarrolla en un mundo diferente del mundo real, lo que permite encontrar a los participantes de la actividad de formas diferentes a las que presentan en su rutina diaria.

Luego, dentro de la categoría general de los juegos, los hay de muchos tipos, y además, conforme está avanzando nuestra sociedad todavía más, ya que hemos sabido volver a poner en valor los elementos del juego como herramientas transformadoras. Por entender un poquito a qué me refiero con esto de los tipos de juegos, enumeraré aquí unas pocas categorías, de las muchas que se podrían aplicar al juego como elemento fundamental:

  • Juegos sociales
    • Están presentes en todas las relaciones interpersonales, son especialmente útiles en situaciones de seducción y también en relaciones de amistad.
  • Juegos políticos
    • Lo vemos a diario, como nuestros políticos representan sus propios papeles, siguen sus propias normas y las aplican al mundo concreto de la política, para alcanzar su finalidad (que es conservar y utilizar su poder con una finalidad determinada).
  • Juegos infantiles
    • Los encontramos en la infancia, se generan casi de manera espontánea aunque enseguida se estructuran y alcanzan sistemas ordenados impropios de la naturaleza biológica de los niños que participan en ellos.
    • A veces los propios adultos replican este tipo de juegos como medio de desinhibición o desconexión de la realidad.
  • Juegos deportivos
    • Son una de las formas más populares de juego y cumplen a la perfección con todos los elementos mostrados en la definición de juego como actividad.
  • Juegos recreativos
    • Se practican durante todas las edades humanas, tienen como finalidad la simple diversión de sus participantes y contienen elementos de competición, cooperación e interacción social.
    • Podemos encontrar en esta categoría juegos de mesa como el parchís, o cualquier otro tipo de juegos de cartas.

Y así podría seguir con muchos más ejemplos, ya que el juego es un axioma en sí mismo de lo que son las relaciones humanas, y gracias a sus características tan puristas, nos permite alcanzar resultados insospechados y una capacidad de llegar a acuerdos que ninguna otra actividad humana puede conseguir. De ahí que tenga sentido relacionar al juego con un motor histórico con nombre propio, aunque eso lo vamos a explorar más a fondo a continuación.


¿Tiene sentido que el juego sea un motor de la historia?

Primero de todo me gustaría aclarar que el concepto de «motor de la historia» no es más que una analogía que trata de explicar el conjunto de sistemas, acciones o circunstancias que provocan grandes evoluciones sociales, y que a mi entender no es fruto del racionalismo constructivista, sino más bien del evolucionismo cultural, por lo tanto, el motor de la historia no ha sido «diseñado» con ningún fin, sino que más bien es un resultado de la espontaneidad humana, que en un momento va fijando sus propósitos y de ahí se van definiendo las estructuras formales con las que damos orden a nuestras sociedades.

Y es ahí, cuando ponemos en el punto de mira las estructuras que definen al juego, cuando podemos encontrar las primeras conexiones en cómo el juego puede haber sido, no el único, pero sí uno de los principales actores en el motor de la historia.

El juego en primer lugar es la actividad que un grupo de personas lleva a cabo buscando un objetivo en particular, la satisfacción de una necesidad, por lo tanto se juntan los individuos, con sus intereses particulares puestos en común, para alcanzar un propósito determinado solamente por ellos, emanado de su propia necesidad. De manera libre y voluntaria acceden a configurar un sistema ordenado que, mediante una estructuración definida de procesos conducirá a la consecución, o satisfacción, de aquellas demandas que los propios individuos han puesto sobre la actividad que van a desarrollar. Encontramos pues, la transformación, de unos individuos con intereses desalineados al desarrollo de una actividad grupal de cooperación en la consecución de un fin, que además, debe ser perfecta dentro de su propio desarrollo para poder tener sentido, aceptada por todos y con una normativa objetiva. ¿No vemos aquí los rasgos propios de la configuración de las civilizaciones humanas?

Sin embargo, creo que es importante puntualizar que hay un hecho primordial sobre la configuración de los juegos que diferencia a esta actividad de cualquier otro tipo de cooperación humana, y es:

  • Conciencia del «ser de otro modo»

Solo mediante el juego los individuos pueden atreverse a mostrarse como no lo harían en ningún otro contexto, y eso, en sí mismo, es algo poderoso porque permite elevar al individuo a un estado conductual que de ninguna otra manera podrá alcanzar, con las potenciales externalidades (tanto positivas como negativas) que eso va a generar más allá de la actividad. Y es que eso va a generar patrones únicos de comportamiento que, primero aislados y después replicados, conducirán a nuevos horizontes de la cooperación humana.

Un buen ejemplo de esto es la evolución de los rituales paganos, que posteriormente dieron origen a las religiones. En esencia un ritual es un juego pero con un componente de seriedad agregado, y es que un juego no tiene que ser necesariamente no serio, de hecho muchas veces para los participantes es mucho más serio de lo que, fuera del mundo aparte que supone el juego, podemos ver.

Los rituales paganos tienen sus orígenes en la prehistoria y son un nexo de unión entre el individuo y su tribu, entre la tribu y la especie, que sirve para cooperar y alcanzar fines mayores. Pero son sólo juegos, ya que: se hacen en un lugar determinado, tienen unas reglas determinadas, una finalidad determinada y sus participantes lo aceptan (en origen al menos, ya que no podrían haberse constituido sin un previo acuerdo). A partir de estos rituales toda una tribu se une no solo a nivel de supervivencia (cooperación para cazar, protección…), sino a un nivel muchísimo más profundo, que es la creación de cultura. Los mitos, los ritos y los comportamientos derivados de todo esto son los primeros cimientos de la principal diferencia entre el hombre y el animal: crear nuestra propia cultura. Los animales pueden cooperar pero con una base fundamentada en la pura supervivencia material, nosotros, a través del juego, creamos conexiones espirituales profundas que trascienden de nuestra tribu, y las extrapolamos a aldeas, ciudades e imperios, creando un sentido de pertenencia a partir de la cultura que ha ido evolucionando desde los primeros ritos paganos. ¿De qué otra forma, sino es mediante el juego, podríamos habernos puesto de acuerdo?

Primero necesitábamos poder jugar, para así ponernos de acuerdo y evolucionar como sociedad, porque la sociedad no es más que un juego de roles en su significado más literal. Comienza como un juego y después evoluciona para perder algunos componentes de lo que puramente puede ser considerado como tal:

  • Nuestras sociedades no nos preguntan si queremos formar parte de ellas.
  • Nuestras sociedades no tienen en cuenta si las normas nos parecen bien o no (aunque existen herramientas para cambiarlas, creadas por nosotros mismos).
  • Y desde luego, nuestras sociedades no tienen un fin en si mismo para el individuo, ya que el fin de la sociedad es regular la convivencia, pero no da un rol específico al «jugador», que sí lo tendría dentro de cualquier tipo de juego, un rol definido, con una serie de asignaciones y objetivos concretos.

Y es que es lógico que conforme la especie humana evoluciona lo hagan sus sociedades, que se vuelven más complejas y necesariamente dejan de ser un simple juego, para ser el mundo real. Y ahí está la clave: lo que al principio era una forma de evadir el mundo real (aunque fuese la excusa para que todos cooperásemos de manera ritual) al final tuvo que convertirse en una realidad poder encontrar su utilidad más allá del juego, y es que cuando el mundo aparte de los juegos deja de serlo, pasa a ser la vida real. Lo poderoso aquí es cómo, a partir de la esencia del juego, conseguimos alcanzar el orden, la consecución de objetivos determinados, y hacerlo todos juntos, entendiendo como necesario e imperativo aceptar unas normas de uso común.

De los ritos paganos poco a poco surgieron las religiones, y de las religiones una parte imprescindible de la cultura humana, que nos ha servido de hilo conductor para definir nuestras instituciones y traerlas hasta nuestros días. Pero no sólo en el juego de los rituales podemos encontrar al juego como motor de la historia. Su papel en la construcción del poder y de la identidad y de los significados que tiene eso hoy para nosotros también tiene su esencia en el propio juego.


El juego del poder en la política

Sentirnos poderosos, anhelar el poder, hacer todo lo posible para conseguirlo y mantenerlo. Pocos incentivos más perversos que estos ha tenido el ser humano a lo largo de su historia para poder actuar. Si analizamos la retórica del poder, nos daremos cuenta que no se aleja de las formas del juego que hemos expuesto en apartados anteriores de este artículo.

En política es muy evidente. Es un mundo aparte en sí misma, y cuando los jugadores entran al escenario político asumen los roles: el líder mesiánico, el populista opositor, los bandos de ellos y de nosotros. Las reglas de la política, prometer, mentir, controlar, atacar al contrario, desviar la atención, dividir para ganar. Es todo un juego que vemos representado en su zona de juegos: el parlamento, la tribuna, los medios de comunicación, los mítines en campaña. Realmente la política, como todo en la vida, ni es blanca ni es negra, es gris, pero eso no es divertido para el espectador del juego, que es quien paga la fiesta, así que el político no tiene otra que jugar con las reglas de la política para poder mantenerse en el mundo aparte.

Donald Trump es un jugador destacado en la política de nuestros tiempos. Su manera de presionar al resto de los países mediante la guerra arancelaria es un claro ejemplo de esto que estamos hablando. Sobre su tablero va desarrollando un movimiento tras otro, utilizando las fichas de manera estratégica para plantear sus objetivos, con un discurso que ni él mismo se cree en realidad y que poco se ajusta a una realidad en la que la economía es algo vivo que se escapa a los porcentajes que cualquier político pueda asignar a las importaciones. No tiene sentido más allá del juego. Pero al encontrarse dentro del contexto del juego cobra sentido, porque todos los demás, el mundo expectante que observa con estupor, lo validamos, porque nos trasladamos a un mundo aparte en el que lo que dice el presidente de los EEUU es cierto, decidimos creernos ese escenario para que pueda actuar en él y jugar con nosotros. Es elevar a una categoría maquiavélica el sentido lúdico de la política.

Vladimir Putin también lo hace en Rusia, cuando manipula a su población para mostrarles una versión distorsionada de la realidad en la que el pueblo ruso tiene que defender una suerte de estilo de vida que occidente pone en peligro con su falta de «valores tradicionales». Se abandera el sentido de la justicia y la moralidad, utiliza las reglas del juego para plantear objetivos, definir roles y aplicar sus propias reglas, para jugar con el mundo. De esta forma consigue la validación suficiente para legitimar su poder e influencia.

Hemos hablado de lo que son dos referentes contemporáneos de cómo llevar esto al extremo, pero en cualquier parlamento nacional tenemos este tipo de actuaciones teatrales que tienen todos los componentes del juego, y que los políticos utilizan a diario, para hacernos espectadores, como si de un partido de fútbol se tratase. Utilizan la simbología, los colores y los lemas, nos hacen hinchas y desvirtúan las ideas, porque eso es aburrido, pensar no es divertido, no tiene un componente lúdico y necesitan que la política sea un juego para que permitamos que mantengan el poder, porque de eso se trata, instrumentalizar una institución como es el estado, reducir a su mínima expresión todo lo que no es emocionante y fidelizar a las personas para que financien económica e intelectualmente su juego. No queremos políticos que gestionen, queremos jugadores que nos entretengan. Y ese deseo es lo que sostiene el juego, aunque nos cueste la democracia. La política moderna ha evolucionado, dejando de ser pragmática, para ser más estética y polemista.


La guerra como juego ritualizado

En Homo-Ludens Johan Huizinga refuta que el juego no deba ser algo serio, y es que, la seriedad no está en contraposición con ninguno de los elementos fundamentales que dan forma al juego, ni siquiera con el componente lúdico del mismo.

Desde los primeros conflictos de los seres humanos, llevados a cabo entre clanes y tribus rivales, con organizaciones bélicas rudimentarias y jerarquías poco definidas, hasta las guerras actuales, guiadas por drones, datos y diplomacia cínica, la guerra ha evolucionado definiéndose por componentes casi litúrgicos, comenzando todo con cánticos e himnos, rústicos uniformes y estandartes identificativos, que te hacían sentir que lo que iba a pasar en el campo de batalla no era lo cotidiano y rutinario, sino que era otra cosa, algo aparte de la vida normal.

La guerra ha evolucionado, desarrollando sus propios códigos de honor, sus normas concretas en las que se define qué se puede y qué no se puede hacer en ese mundo aparte. Los crímenes de guerra son el precio a pagar por saltarse las normas de un sistema que, si bien es destructivo en el sentido más literal del término, no es ajeno al ordenamiento, y es que, como recordarás, para que el juego pueda ser validado por sus participantes todos deben respetar las normas que establece, y es así como hemos ido evolucionando los conflictos humanos, consiguiendo alcanzar acuerdos hasta cuando nos enfrentamos los unos a los otros.

¿Qué habría sido del ser humano si no hubiésemos aplicado las normas del juego a la guerra? Todo valdría y la destrucción descontrolada derivada del conflicto habría terminado con nuestras sociedades civilizadas. Incluso cuando hablamos de un conflicto armado necesitamos de un orden que justifique las acciones y les de un rango de actuación y limitación que permita que el conflicto no escale hasta destruir el mundo real. La guerra no deja de ser otro mundo aparte que, si bien por desgracia afecta al mundo real de las personas, al menos hemos conseguido limitarlo de tal forma que nunca termine de destruirlo (por lo menos, de momento). Convertir la guerra en un ritual que se aprovecha de la lógica del juego: estructura, límites y roles, ha conseguido que aunque su efecto sea trágico, se forme una barrera mínima pero real contra la destrucción sin sentido.

Y es que el juego está lleno de cosas positivas que mejoran nuestra vida, y aunque como el autor destaca en el libro el juego también ha corrido peligro por las corrientes de pensamiento utilitaristas y cientificistas, hoy más que nunca hemos conseguido reencontrarnos con el.


La gamificación, el nuevo motor de la historia

Estamos llegando ya al final de este camino en el que he intentado relacionar el juego con el concepto de motor de la historia. Y no tendría sentido hacerlo sin mencionar una de las expresiones más actuales de esa lógica lúdica que siempre nos ha acompañado: la gamificación, o dicho de otra manera, el arte de volver a aprender jugando.

Huizinga advertía que muchas instituciones nacieron del juego, pero que, con el tiempo, lo fueron dejando atrás, conservando solo algunos de sus elementos más visibles. Parecía que, a medida que nuestras sociedades se volvían más sofisticadas, el juego quedaba relegado al terreno infantil o recreativo. Pero, para nuestra sorpresa, el juego ha vuelto. Y ha vuelto fuerte.

Creo que hemos vivido demasiado tiempo tomándonos la vida excesivamente en serio. Nos obsesionamos con la eficiencia, la productividad, la optimización del tiempo. Dejamos de jugar, como si jugar fuera una pérdida de tiempo. Hasta que nos dimos cuenta de que no se puede vivir bien sin jugar.

Y ahí están los niños, los que nunca se olvidaron. Fueron ellos quienes nos recordaron que la mejor manera de aprender, de colaborar, de convivir… es jugando. Así nació la gamificación como herramienta pedagógica, pero hoy ha desbordado la educación: está en las empresas, en las redes sociales, en los hábitos saludables, en las plataformas digitales, en la política y en nuestra manera de relacionarnos con casi todo.

En un mundo saturado de información, donde ya no necesitamos recordar, sino aprender a procesar y conectar, el juego se ha convertido en una estructura que nos permite seguir aprendiendo. Jugamos para mantener la atención, para sentirnos parte de algo, para tener un objetivo claro en medio del caos.

Aplicaciones como Duolingo, sistemas de aprendizaje por misiones, recompensas por pequeños logros… Todo esto no es una moda: es la recuperación de un modelo que ya conocíamos, pero al que hemos puesto tecnología, intención y estrategia. Es la confirmación de que el juego nunca se fue, solo estaba esperando su momento para volver a ocupar el lugar que le corresponde.

Y es que tal vez, sin darnos cuenta, estamos entrando en una nueva era lúdica, donde jugar ya no es solo una actividad secundaria, sino una estructura central para transformar nuestras vidas y nuestras sociedades. Y si eso no es un motor histórico… entonces no sé qué lo será.


Entonces, ¿el juego es el motor de la historia?

Realmente nos ha dado siempre igual cuál era el motor, de la historia. No nos hemos detenido a tratar de analizarlo fuera del contexto académico. Hemos vivido, hemos sobrevivido, hemos luchado por el poder, por la tierra, por una idea de orden. Y en ese camino, sin nombrarlo, sin pensarlo demasiado, el juego ha estado ahí. No como una distracción, sino como una estructura silenciosa que ha sostenido nuestra forma de convivir.

El juego no es la pausa entre lo importante. Es donde ensayamos lo que luego se vuelve realidad. Donde aprendemos a convivir, a respetar normas que decidimos juntos, a competir sin aniquilarnos, a construir significados compartidos.

Nos ha permitido crear culturas, religiones, instituciones, sistemas políticos. Ha dado forma a nuestras guerras, a nuestros acuerdos y a nuestros mitos. Nos ha enseñado a cooperar sin perder identidad, a obedecer reglas sin dejar de ser libres.

Y hoy, en este mundo desbordado de estímulos, vuelve a ocupar su lugar. En el aula, en las redes, en la empresa, en la política, en nuestras rutinas diarias. Porque el juego, bien entendido, no es evasión. Es una manera profunda de comprometerse con la realidad.

No se trata de idealizarlo, sino de reconocer que jugar (cuando se hace bien) no solo nos divierte: nos ordena, nos vincula y nos permite avanzar juntos.

Y eso, sí que es el motor de la historia.

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